En el sentido estricto, el agnóstico no se pronuncia sobre la existencia de Dios, mientras que el ateo la niega. Sin embargo, estas categorías ya no son tan concluyentes… Explicaciones.
El término “agnosticismo” viene del griego a (privativo)
y gnosis (“conocimiento”).
Según esta concepción filosófica, todo lo que supera el dominio de la
experiencia es desconocido. Es, por tanto, imposible para el hombre,
pronunciarse sobre la existencia de Dios. Pero la cuestión de Dios sigue
presente. Agnósticos como Marcel Gauchet o Luc Ferry lo demuestran.
El teólogo dominico Claude Geffré constataba que, incluso entre
los cristianos enfrentados a la modernidad, y experimentando un retroceso
todavía creciente “de lo creíble disponible”, se desarrolla un “agnosticismo
latente que procede de una conciencia aguda de un pluralismo religioso”
(conferencia de diciembre de 2010 en la parroquia parisina de San Eustaquio).
En cambio, en la cultura occidental moderna y contemporánea, el
ateísmo, del griego theos “dios” (precedido de
la a privativa)
designa el rechazo de la existencia de Dios. El ateo se adhiere a un sistema de
pensamiento, de explicación del mundo y de la historia, según el cual la no
existencia de Dios es una afirmación que apela a la experiencia y/o a la razón.
En El drama del humanismo ateo, el
padre Henri de Lubac demostró que la particularidad de este ateísmo procedente
del Occidente cristianizado fue presentarse como el verdadero humanismo.
El no creyente, finalmente, es una persona que no pertenece a una
confesión religiosa y no tiene fe.
Según el sondeo Global index of religiosity and atheism del
instituto WIN/Gallup International (2012), el número de
personas, a nivel mundial, que se identificaba con una religión era del 59%,
contra un 23% sin religión y un 13% de ateos. En Francia, estas cifras son
respectivamente de un 37% (creyente), 34% (sin religión); 29% (ateo). Francia
es el cuarto país que cuenta con un mayor número de ateos después de China,
Japón y la República Checa.
Hacia una espiritualidad sin Dios
Actualmente, el término ateo define también a las personas para
las que la palabra Dios no representa nada en sus vidas, no corresponde a nada
en su universo mental o afectivo. No están en contra de Dios, sino sin Dios.
Es, por cierto, el primer sentido de la palabra ateo (“a” privativa). El
filósofo André Comte-Sponville menciona incluso la posibilidad de una
“espiritualidad sin Dios”.
“Dios ya no forma parte del horizonte del sentido de la vida, de
la cultura. Es solo una hipótesis totalmente innecesaria, superflua”, explica
Arnaud Corbic, franciscano, filósofo y teólogo, autor de L’incroyance,
une chance pour la foi (El ateísmo, una oportunidad para la fe),
en una entrevista en la revista mensual Panorama de abril de 2008.
“El encuentro con el ateísmo nos permite ser más maduros en nuestra fe, tener
en cuenta las cuestiones cuyas respuestas parecen ser evidentes y que, en
realidad, no lo son. Ahí es donde el ateísmo es una oportunidad para el creyente”.
El jesuita Xavier Nicolas, que publicó Les incroyants ont bousculé ma foi (Los
ateos cambiaron mi fe) va incluso más lejos. “Imagino que detrás de
algunos rechazos de Dios existe una idea elevada de Dios. Fueron, en muchas
ocasiones, los ateos y los agnósticos los primeros en denunciar las
implicaciones de la Iglesia, alarmándose, como si sintieran, a veces mucho más
que las comunidades cristianas y los responsables de las Iglesias, que se
estaba poniendo en juego el honor de Dios y que era un engaño mezclarlo con
esos conflictos cuestionables. Defendían así, sin dudarlo, la reputación de
Dios”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario