martes, 5 de marzo de 2019

¿Qué diferencia hay entre un agnóstico y un ateo?



En el sentido estricto, el agnóstico no se pronuncia sobre la existencia de Dios, mientras que el ateo la niega. Sin embargo, estas categorías ya no son tan concluyentes… Explicaciones.


El término “agnosticismo” viene del griego (privativo) y gnosis (“conocimiento”). Según esta concepción filosófica, todo lo que supera el dominio de la experiencia es desconocido. Es, por tanto, imposible para el hombre, pronunciarse sobre la existencia de Dios. Pero la cuestión de Dios sigue presente. Agnósticos como Marcel Gauchet o Luc Ferry lo demuestran.
El teólogo dominico Claude Geffré constataba que, incluso entre los cristianos enfrentados a la modernidad, y experimentando un retroceso todavía creciente “de lo creíble disponible”, se desarrolla un “agnosticismo latente que procede de una conciencia aguda de un pluralismo religioso” (conferencia de diciembre de 2010 en la parroquia parisina de San Eustaquio).
En cambio, en la cultura occidental moderna y contemporánea, el ateísmo, del griego theos “dios” (precedido de la a privativa) designa el rechazo de la existencia de Dios. El ateo se adhiere a un sistema de pensamiento, de explicación del mundo y de la historia, según el cual la no existencia de Dios es una afirmación que apela a la experiencia y/o a la razón. En El drama del humanismo ateo, el padre Henri de Lubac demostró que la particularidad de este ateísmo procedente del Occidente cristianizado fue presentarse como el verdadero humanismo.
El no creyente, finalmente, es una persona que no pertenece a una confesión religiosa y no tiene fe.
Según el sondeo Global index of religiosity and atheism del instituto WIN/Gallup International (2012), el número de personas, a nivel mundial, que se identificaba con una religión era del 59%, contra un 23% sin religión y un 13% de ateos. En Francia, estas cifras son respectivamente de un 37% (creyente), 34% (sin religión); 29% (ateo). Francia es el cuarto país que cuenta con un mayor número de ateos después de China, Japón y la República Checa.
Hacia una espiritualidad sin Dios
Actualmente, el término ateo define también a las personas para las que la palabra Dios no representa nada en sus vidas, no corresponde a nada en su universo mental o afectivo. No están en contra de Dios, sino sin Dios. Es, por cierto, el primer sentido de la palabra ateo (“a” privativa). El filósofo André Comte-Sponville menciona incluso la posibilidad de una “espiritualidad sin Dios”.
“Dios ya no forma parte del horizonte del sentido de la vida, de la cultura. Es solo una hipótesis totalmente innecesaria, superflua”, explica Arnaud Corbic, franciscano, filósofo y teólogo, autor de L’incroyance, une chance pour la foi (El ateísmo, una oportunidad para la fe), en una entrevista en la revista mensual Panorama de abril de 2008. “El encuentro con el ateísmo nos permite ser más maduros en nuestra fe, tener en cuenta las cuestiones cuyas respuestas parecen ser evidentes y que, en realidad, no lo son. Ahí es donde el ateísmo es una oportunidad para el creyente”.
El jesuita Xavier Nicolas, que publicó Les incroyants ont bousculé ma foi (Los ateos cambiaron mi fe) va incluso más lejos. “Imagino que detrás de algunos rechazos de Dios existe una idea elevada de Dios. Fueron, en muchas ocasiones, los ateos y los agnósticos los primeros en denunciar las implicaciones de la Iglesia, alarmándose, como si sintieran, a veces mucho más que las comunidades cristianas y los responsables de las Iglesias, que se estaba poniendo en juego el honor de Dios y que era un engaño mezclarlo con esos conflictos cuestionables. Defendían así, sin dudarlo, la reputación de Dios”.

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